martes, 5 de mayo de 2015

Nacer de nuevo

Cuando pienso en mejorar y regenerar el sistema educativo, me viene a la mente un personaje del evangelio con el que siempre me he identificado y que bien puede ayudarnos a expresar nuestros miedos y dificultades.

Se trata de un fariseo miedoso llamado Nicodemo.


Este hombre, insatisfecho con el sistema religioso imperante e inquieto por tantas cosas que no lo convencen, en el anonimato de la noche se acerca a Jesús a buscar luz, con la esperanza de encontrar ese impulso que necesita para cambiar. No tiene claro lo que busca así que, sencillamente, trata de expresar lo que siente:
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- Nicodemo: Sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede hacer estas señales que tú haces si no está Dios con él.
- Jesús: En verdad te digo, que nadie puede ver el reino de Dios si no nace de nuevo.
- Nicodemo: ¿Cómo renacerá el hombre ya viejo? ¿Quién volverá al seno de su madre?
- Jesús: En verdad te digo, que el que no renace del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. [...] El viento sopla donde quiere, y oyes su silbido, pero no sabes de dónde viene, ni a dónde va. Así es todo aquel que es nacido del Espíritu.
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Este pasaje del evangelio me conmueve porque comparto el miedo de Nicodemo por Jesús, si es o no es quien dice ser, pero también por el miedo al cambio: a no ser capaz de cambiar. Y aquí debo entrar en mis inquietudes para ser profesor, en esa llamada que siento de participar profesionalmente en el sistema educativo... pero también de ese miedo a poder cambiarlo.

La mayoría de los profesores que nos incorporamos a la labor de educar somos hijos de este sistema imperante, de él hemos heredado una gran parte de lo que sabemos, bueno o malo, y por eso nos cuesta tanto cambiarlo y, más bien, tendemos a reproducirlo, como si tuviera una inercia imparable. ¿No le debemos acaso gran parte de lo que sabemos?

Ante esta realidad se me encienden las alarmas porque, aunque el sistema tiene cosas buenas, necesario es mejorar, impulsar, corregir, renovar nuestra práctica educativa y no será posible si no nazco de nuevo. Y me surgen las dudas de Nicodemo: “¿debo volver al vientre de mi madre?”.

La respuesta de Jesús sigue siendo válida: es necesario nacer del espíritu, no de la carne. Yo soy quien soy, con mi historia, mi mochila, mis defectos... pero mi espíritu, mi mente, mi actitud, mis creencias, pueden nacer de nuevo. Siento que este es el primer paso: cambiar nuestra mirada sobre ese joven único: reconocerle como un ser en búsqueda, igual de necesitado que yo pero con sus inquietudes, con sus anhelos, sus deseos, sus vacíos, sus llamadas... 

Antes que los átomos o la sintaxis que marca el curriculum, debo reconocer y sentir la presencia de esa persona en desarrollo y preguntarme qué necesita. Y así, como las plantas, darle ese arraigo, esa agua, esa luz o esos nutrientes... para continuar su crecimiento y seguir su camino. Sólo así, sólo después, mi mirada cambiará y, entonces, sólo entonces pueda nacer yo de nuevo y, conmigo, un nuevo hacer educativo.

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